La computadora está encendida, acaba de amanecer y él emprende un nuevo camino en dirección al cumplimiento de sus labores. Carlos Alfredo es un nombre demasiado caribeño como para creer que se trate de alguien cuya vida se abraza a Budapest, donde 40 teatros y siete salas de conciertos dan sentido al altísimo nivel cultural naciente en territorio húngaro. Nació en Punta de Mata, y actualmente, sus motivos se explican desde lo más alto del árbol genealógico, con un apellido que todo deja claro: Széplaki. A 9,184 kilómetros del suelo donde nació, van naciendo cada día nuevas ideas. Trabaja, juega y cada día se prepara.
Probablemente, de no haber sido porque la número cinco se atravesó en su vida, hubiera recorrido cuatro bases con frecuencia, porque era bueno para el béisbol. Lo recuerdan en Criollitos de Venezuela, dando batazos y tragando tierra mientras su guante era un cazador de roletazos, hasta que, como suele ocurrir, de un amor saltó a otro y con el segundo se quedó.
Con 15 años era parte del seleccionado estadal, uno de los jugadores de más proyección en la reconocida Escuela Mejías, y tenía como firme propósito jugar al servicio del Monagas Sport Club. Era un astronauta que bordeaba la atmósfera del planeta fútbol, queriendo aterrizar en tierra de campeones, solo que, desde lo íntimo de su familia y para la época de niñez, no había manera de ser futbolista sin antes ostentar un título aniversario en el hogar.
“Tenía mucha presión en la casa, porque no veían bien que viviera de jugar un deporte. Una vez me gradué del liceo decidí tomarme un año sabático, pero mi mamá siempre me decía que debía estudiar, así que empecé mi carrera de Ingeniería en la Universidad Santiago Mariño”, develó. Pero su pasión era tan grande que, todavía alejado de las canchas, no dejaba de pensar en aquello que siempre lo ha hecho feliz, por lo que siempre se planteó terminar el ciclo académico lo más rápido que pudiera, para así volver a deleitar aficiones.
“Siempre admiré al ‘Pomada’ Bravo, uno de los mejores talentos nacidos en la historia del país. A nivel internacional, mi ídolo era Roberto Carlos y toda la vida he estado atento a lo que hacen los venezolanos, especialmente personas como Renzo Zambrano, Vicente Rodríguez, Edder Farías y Eduardo Lima, con quienes tuve la oportunidad de coincidir en diversos camerinos. La Vinotinto es uno de mis grandes amores”, agregó.
En búsqueda de nuevas oportunidades y luego de una compleja lucha política, vino la oportunidad internacional, yéndose a Hungría. Con la llegada del COVID-19 tuvo una gran lección de humildad, viendo la vida de forma distinta, dedicándose a estudiar inglés y después, asumiendo el reto de aprender húngaro. Consiguió trabajo en Re/Max Professionals, una agencia inmobiliaria, en la que comenzó a relacionarse con húngaros y ahí, jugó en una Liga para Expatriados, invitando a sus jefes a uno de los choques y siendo visto por alguien que lo recomendó con un agente de futbolistas. Fue volver a los cimientos.
“Yo pensaba que era demasiado tarde, pues tenía 33 años y la última vez que había jugado fútbol de manera organizada fue en 2018 con Sulmona F.C., que participaba en la Tercera División de Venezuela, pero mi historia gustó y comenzaron a hacerme seguimiento”, dijo.
Fue así como comenzó su transitar por la Cuarta División húngara, marcando de cabeza en uno de sus primeros partidos y teniendo actuaciones tan buenas, que fue promovido a la categoría de bronce nacional, en un elenco que había recibido 46 goles en 18 encuentros.
“Me acostumbré a jugar con los pies y las manos congeladas, y fui el único refuerzo que tomó el equipo. En ocho duelos, tuve promedio de un gol por confrontación. De a poco, fuimos haciendo buenas cosas, y ha sido una aventura interesante desde lo personal”, aseveró el sudamericano.
Con 35 años, Carlos ha disputado 43 careos entre Tercera y Cuarta División, pero lo más importante, es que ha demostrado ser alguien que no le tiene miedo al éxito, demostrando que los grandes retos no conocen de edades. Rolf Fetlscher y “Chiki” Meza pasaron por la liga húngara en algún momento, pero por ahora, Széplaki es el único venezolano que hace vida en tal país, siendo motivo de orgullo por demostrar la valía de su gran determinación.