Por Ramon Vilageliu.
Ilusionarse. Algo tan sencillo y que puede desembocar en un desastre. Pero ¿quién no se ha ilusionado alguna vez después de que algo increíble le haya ocurrido? O no tan increíble, para ser sinceros. Cuando una chica guapa nos guiña el ojo y nos enamoramos al instante o cuando tu jugador favorito marca un gol para mandar a su selección a la final de un Mundial. Son cosas que nos elevan al cielo, que nos hacen estar felices, ilusionados, durante un largo instante. Y, ¿para qué vivimos si no es por ser felices? Ahí está el hilo de la cuestión. Hay muchas cosas que nos hacen felices y, a mí, una de las que más me emociona es el fútbol. A veces hay gente que pregunta como 22 personas detrás de una pelota pueden condicionar el sentido emocional de una persona. Y lo hace. Vaya que sí lo hace. Y si no que se lo pregunten a los aficionados albiceleste.
Lo de Argentina en semifinales fue emocional, por encima de la lógica. Se presentaba un partido complicado, pero Messi se encargó de hacerlo parecer una tarea sencilla. Con tres zarpazos mandó a sus compañeros a la gran final del domingo. Y con ayuda de Julián. La araña que pica. Y lo hace doble. Croacia lo intentó, al menos en los primeros treinta minutos, pero no fue sencillo. Nunca lo es cuando tienes a delante un monstruo como Messi con el hambre que tiene el “10”. Y además si te falta un delantero, o tres para ser sinceros, decisivo. Croacia no lo tiene. Y Argentina sí. Y por partida doble. Y aunque uno sea superior al resto su complemento lo entiende a la perfección. Porque Julián trabaja por dos, o tres, y esto libera a Messi. Y lo tranquiliza. Porque tiene un fiel escudero que lo protege de los rivales y de la presión, al contrario. A Messi hay que dejarlo tranquilo. Dejarlo respirar. Para que pueda hacer lo que hace mejor que nadie en el mundo. Ser decisivo. Y lo es en cada momento que interviene en el partido, que toca el balón. Es mágico. Y nunca tiene aturador. Es el Mundial de Messi y Argentina porque así ha decidido el jugador del PSG que sea. Se ha puesto el mono de campeón. Y le va a las mil maravillas. Pero aún queda el hueso más duro de roer y el que nunca ha superado: una final del Mundial. Tropezó con los alemanes en 2014 y veremos si lo hace con los marroquíes o franceses. Pero nadie le va a quitar a un país la ilusión que se ha generado. Algo que necesitaba el país. Felicidad. Todos necesitamos esto.