Por Ramon Vilageliu.
Mucha gente considera que para que haya espectáculo en el fútbol debe haber goles. Que esto es lo que le da emoción. Cómo el tomate que le echa el cocinero a los macarrones. Sin este ingrediente la pasta, o el fútbol, no tienen sabor, son insípidos. Y yo creo que es una visión muy simplista. No todo se resume a los goles. Porque se puede ver un espectáculo increíble en el césped y que por mala suerte o muchos otros factores, el balón no termine entrando al fondo de las mallas. Porque marcar gol es la cosa más fácil y a la vez más difícil del fútbol. Es lo que decanta un partido de un lado o de otro, pero a su vez, es difícil conseguir esta meta, ya que, evidentemente, el adversario no quiere permitirlo.
El último día de la segunda jornada del Mundial fue un festival de goles. Llegaron de todos los partidos y de todas las formas. Con remontadas incluidas, con goles imposibles, con polémica, de penalti… Todo lo necesario para disfrutar. Bueno, para que los aficionados disfrutaran. De hecho, los dos partidos más grandes de la jornada, el Brasil- Suiza y el Portugal – Uruguay terminaron con tres goles entre ambos. Nada mal porque se vio un espectáculo gigantesco. Pero siempre hay a quien le parece poco comparado con los once goles que se vieron en los dos partidos anteriores. Y es que Ghana, Corea del Sur, Camerún y Serbia nos brindaron un mediodía y una tarde mágico. De los de nivel. De los que no se olvidan por su emoción, sus alternativas en el electrónico y sus diferencias. ¡Qué día tuvimos ayer!
Y luego llegaron los grandes, que impusieron su grandeza. Brasil sufrió en la primera mitad frente a una Suiza que dominó pero que no sentenció, en la segunda un gran remate de Casemiro dio los tres puntos y la clasificación a los cariocas. Portugal también impuso su ley frente a una inoperante Uruguay que sigue sin encontrar el camino del gol. Aficionados tristes. Los charrúas tendrán que remar a contracorriente si quieren estar en octavos. Y Portugal solo tendrá que cumplir. Una vez más. Como lleva haciendo tiempo. Pero sin deslumbrar.